martes, 24 de marzo de 2009

Buena suerte, pequeñina


Hace ya quince días que vendieron a mi dulce Tambre, pero me resistía a contarlo. Igual que me resisto a volver por el monasterio sabiendo que no viene la más alegre y buena a recibirme.
A veces, en la vida, no queda más remedio que decir adiós y buena suerte, sobre todo cuando es por el bien de uno de los que se despide. Pero duele. Algunas veces duele mucho, muchísimo, duele físicamente.
Hablaba de eso hoy con mi amigo Juanje, proveedor especial de kleenex, chocolates y palabras cariñosas. No sé como siendo tan joven aprendió que cuando alguien está triste, muy triste, se interna en una nube en la que no se oyen los consejos, pero se saborea el chocolate y tranquilizan los abrazos de cariño.
Tambre, mi pequeña, que te colmen de abrazos en tu nuevo hogar, y a mí y a Juanje también, y a todos los amigos que leyeron esta historia.