domingo, 26 de abril de 2015




El año pasado contaba en este blog que me sentía sola, en medio de la nada, con un gato en mi cabeza. Entonces sucede que la vida quiere darte una nueva lección demostrándote que nada es para siempre. Y me pongo a recordar a mi cantautor favorito, Franco Batiatto, y su "Estación de los amores".

Yo no sé a los demás, pero para mí ha merecido la pena el paso por el desierto hasta alcanzar el oasis, como los que estuvieron cuarenta años dando vueltas hasta llegar a la tierra prometida. Yo nací en una época en que se llevaban a arreglar las cosas que se estropeaban: hoy se tiran y se compran otras nuevas. Cambiamos de casa, de barrio, de estudios, de trabajo, de ciudad, de amistades, de relaciones. Tiramos lo viejo, olvidamos a los viejos.

Un día cualquiera un compañero de trabajo te trae un antiguo libro en el que apareces con tus trenzas junto a tu familia. Y sientes un hormigueo en las uñas de los pies, y al mirar hacia abajo te das cuenta que empiezan a salirte raíces. Pero no es que crecieran de repente, siempre estuvieron ahí, pero las prisas te impedían verlas.




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